(un relato en frases cortas)
El viaje empezó de noche,
al principio la soledad tenía la mirada muy seria,
algunas veces la luna se resplandecía en las piedras,
otras veces las estrellas se resbalaban sobre mí.
Un día apareciste y me contaste tu pesar y juntos dormimos sobre el pasto,
te levantaste llorando porque no veías más el sol,
te dije que la travesía era nocturna y te alejaste.
Y seguí mi andar sin saber qué es el norte.
Desperté cubierto con cenizas de un blasfemo volcán
y las fieras habían pasado por mi lado sin percatarse de mí,
solo dejaron de sus garras, sus grandes huellas.
Me sacudí agradeciendo al cielo y levantándome seguí el caminar.
Te volví a encontrar, esta vez estabas armada,
el solo mirar tu espada me hería el alma,
hablabas en delirio de venganza y de dolor.
Por no conocer el perdón, la soledad volvió con su mirada fija.
El cometa pasaba en desidioso andar, rayando el oscuro firmamento,
y por estar contemplándolo perdí mi horizonte,
y así llegué a la falda de una montaña con dos abuelos y una hoguera.
Ella vio mi carga, él descubrió mis oídos,
y yo los amé hasta que el tiempo los desvaneció.
Y te volví a ver, tu rostro era muy triste,
el dolor y el rencor exigieron mucho de ti.
Te conté las historias del abuelo, de la abuela y sus ojos claros desde la creación.
Y después encendí tu alma con una canción y la soledad sonriendo se marchó.
Llegamos al río, me desvestí y me sumergí en él,
y a tientas encontré el borde y tu piel.
El calor nos abrazó y el amor nos calmó,
y te dije que no tenía nada, no hay oro, casa, ni jardín.
Tomaste mis viejos zapatos, mis únicos y los abrazaste con fervor
… eres hombre de muchos caminos y miedos vencidos.
Y en esa noche oscura mirando a la Osa correr, dormimos
… y al despertar,
vimos en la alborada, el primer resplandor de tu sol.
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