La noche está sofocante, difícil poder concebir el sueño, aunque el hielo en la ventana forma figuras que sugieren lo contrario. La repentina línea de luz bajo la puerta me llama la atención. Sentado al borde de la cama dubitativo casi sin pensar me esfuerzo por llegar a la puerta y abrirla; la esperanza de ver a Raúl me motiva. Si supiera él mismo, cómo me ha cambiado la vida, ¡Ah muchacho!

  • ¿Qué haces levantada?… — pregunté sorprendido al verla.
  • Tenía sed… — su respuesta rápida como de quien vive de noche.
  • ¿Ya tomaste?… pregunté mientras mis ojos se acostumbraban a la luz.
  • Sí, y ¿tú que haces levantado?… — me preguntó mirando por debajo de mis manos que frotaban mis ojos.
  • Vamos a la cama, ya es muy tarde — El tiempo de convivencia con Andrea nos ha enseñado a no entrar en los laberintos de sus preguntas inquisitivas.

La incertidumbre hace del tiempo un monstruo que avanza sin que nadie lo detenga. Sin embargo, todo lo contrario, es cuando la promesa y el deseo aparecen, sí, primero la promesa luego muy seguido el deseo de que el tiempo avance más rápido. Este pensamiento me dio vueltas y me traía al recuerdo a don Manuel, que en algún tiempo fue como un padre, siendo solo un viejo renegón al final de la calle donde vivíamos con mi madre, en Rázuri, un pueblo pequeño en la sierra. Este viejo campesino, hacía que deseara que el tiempo corra hasta que se cumpla el “cuando venga la cosecha…” y de veras, cuando vino la primera “cosecha con promesa” recibimos nuestra primera bicicleta que entre los hermanos compartíamos. Cuando la promesa se pronuncia, la esperanza se entremezcla con el tiempo y produce esa alegría de “no puedo esperar más”.

Esta vez el tiempo corría y Raúl no aparecía. No había promesa ni esperanza, solo incertidumbre y algo de angustia.

El pueblo tiene otra cara a esta hora de la noche.  Don Manuel decía que cuando la noche en invierno es clara, es porque el frío arrecia. Y la verdad que caminar por las calles a esta hora no es divertido, hace frío a pesar de la chaqueta gruesa que me he puesto. Puedo ver no solo las estrellas, también la nieve sobre el Brax.

Ya falta poco para llegar a ese antro, como se le ocurrió ponerle “Bar el Turflo”, suena a tufo.

  • ¡Ei! Por estos lados y a esta hora, te vas a servir algo, siéntate… lo recibió Felipe el hijo del director de la escuela del Pueblo y dueño de esta taberna.
  • No, este…  — dudé en la respuesta…
  • ¿Buscas a Raúl? Si sales corriendo puede que lo veas…— me interrumpió señalando la puerta…

La brisa se acentúa con la velocidad al correr y el frío penetra más. El vapor de mi respirar y el palpitar en mi pecho me hacen recordar a la “Salamandra”, esa locomotora vieja que llegaba al pueblo. 

Si no lo veo al doblar esta esquina, va a ser difícil que lo vea y lo encuentre.

Allí está, debe ser él, la luz solo llega a penumbra y solo distingo un contorno. Trato de controlar mi voz, agitado y con este frío se me hace casi imposible pronunciar palabra alguna.

Mi voz retumba entre las paredes de ese pasaje angosto y antiguo, de piso de piedras adoquinadas mientras observo como la silueta solitaria voltea…

  • ¡Raúl! ¿Raúl? ¿Eres tú?

No dice palabra alguna, no puedo distinguir gesto o intención, la media luz nos esconde lo tácito.

  • Vamos ven conmigo, Ana no sabe que aún no has llegado, ¡vamos antes que se preocupe! — le propuse, al menos quise que así sonara. No dijo nada, no se movió, seguía como congelado, no sabía si me miraba o miraba hacia atrás, no me atrevía a tocarlo.
  • Hace frío, ¿escuchas al perro? ese es Wisconsin, se lo puso Paco porque le gustó “The bird», la película, una película vieja, la tenemos que ver intenté convencerlo
  • Ese Paco es una basura, es una basura, me acusó con el supervisor y fue todo mentira y no me dolió el castigo sino la injusticia — Escuchar su voz me tranquilizó.
  • Sí, y bueno, el mundo puede ser injusto, pero eso no hace de nosotros, ya hemos hablado, ¿te acuerdas? Yo tampoco tuve padre, no fue justo que muera por culpa de un borracho. Pero eso no tendría que definir mi destino, acuérdate lo que hablamos y vamos enrumbando a casa — Su falta de reacción me pone nervioso y la carga de odio en la expresión de su voz no es normal.

Me acerco para ver algo de sus gestos, sin embargo, la sombra en su rostro es muy intensa. El hecho de no ver algo de él tensaba los hilos que sostenían el momento.

  • Vamos, Raúl, ya vamos…
  • Déjame

Su repuesta imperativa, su voz firme me alarma. De pronto los movimientos en él me hacen balbucear sílabas incongruentes y sonidos guturales que confunden el momento. El metal del cuchillo que reluce en aquella penumbra, amenaza. Siento mi corazón latir a mil, mi cercanía de nuestros cuerpos nos arriesga, sin embargo, me mantenía inmóvil. Lo levanta a la altura de su rostro, los destellos que emana el metal son desproporcionados…

  • Mira esto, míralo bien, quizás no lo vuelvas a ver más después de esta noche. — susurró entre dientes.

Una corriente helada comenzaba a bajar por mi rostro lentamente. Un hormigueo en las plantas de mis pies dificultaba mi concentración.

De súbito vi su rostro tenso, molesto…

  • Mira esto, nada tiene que ver la injusticia en la muerte de mi madre al nacer yo, nada tiene que ver con la injusticia de mi padre al largarse y no saber más de él. Pero eso no le da el derecho a nadie, eso no justifica para creerme un criminal, solo por llevar esto en mi mochila, nadie vio lo que hago con él, nadie me preguntó qué hago con él, solo se dijeron entre ellos, este es uno de los huérfanos de Javier y Ana, y sólo por no tener padre me detuvieron y llevaron a la comisaría, ¿Es esto justo? Esto es lo que ofrece esta sociedad. Allí en la comisaría tiraron todo lo que había en mi mochila al suelo… rodaron mis figuras de madera, rompieron así mi águila, quebraron sus alas…  mi camello, míralo. Esto no es justo Javier, esto no es justo, esto no es un golpe del destino, esto es un golpe del prejuicio y de la maldad. Nada tiene que ver la muerte y sus golpes, no, Javier, no, Javier, no… Es esa gente y sus prejuicios… No, no es justo, Javier.

Su voz se levanta por encima de las montañas y hasta las estrellas y mi corazón se reduce a cada frase, cada vez que pronuncia mi nombre…

  • ¿Ves este cuchillo?  Con esto doy formas y Andrea, la pequeña, le da vida con sus cuentos.
  • ¿Ves este cuchillo? Nada de malo ha hecho, ni cosa mala ha formado.

Alzó su cabeza hacia atrás con violencia, de mi salió un grito, un grito tan fuerte pronunciando su nombre. Un grito que llega hasta la eternidad y el eco lo devuelve intacto.

Puedo ver mejor su rostro, su gesto, su confusión.

  • Javier, no me dejes nunca… nunca les creas, quise ser el mejor, ellos fueron, ellos fueron… no fui yo.

Su llanto podría quebrar las piedras y el viento. La naturaleza misma llora con él. Su cuerpo se enrosca lentamente debajo de mi abrazo. Lo envuelvo en el consuelo observando el cuchillo dentro mío. Mi sangre lo envuelve mezclándose con sus lágrimas. No había dolor, solo el sufrimiento de una incomprensión, mientras el mundo dando vueltas se esfuma lentamente, y yo me alejo de ellos, de Raúl llorando, de mi cuerpo inerte.

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