Érase una vez en la cumbre de la montaña, allí donde la niebla se incrusta entre las grietas, en el bosque, allí donde no hay caminos y las copas de los árboles ofrecen segura morada. Es allí donde vive Monco y su familia. Él es primogénito de muchos, al menos su madre se lo repetía como para llenarlo de orgullo o para cargar su futuro con esperanza. Nunca supo quién era su padre, aunque por su mirada y la forma de comer las hojas sospechaba de Tulu.

Tulu tiene la autoridad suprema sobre todos ellos. Su mirada y su fuerza acentuaban su poder, y su espalda plateada confirmaba su posición. Al golpearse el pecho mostraba su vigor, el ritual que todos esperaban y sosegaba las mentes de las hembras en sazón. Todos en la ribera se sentían seguros; los peligros se relativizaban ante su presencia.

Sin embargo, la figura de Tulu desanimaba a Monco cuando el tiempo acentuaba su anhelo de ser grande. Estar a la sombra de Tulu ahuyentaba la idea de ser como él.

Bajando por el río, allá abajo donde se juntaban las riberas y la corriente formaba olas gigantescas, el ruido de las aguas era constante y estremecedor. Era allí abajo donde el águila encontraba fácil a su presa. Allí se encontraba Koltrun, un hombre que hablaba con el viento, que gemía con el estruendo de la tormenta. En su soledad, Koltrun aprendió a escuchar las corrientes de las aguas, a predecir el tiempo y encontrar objetos curiosos en el bosque.

Después del tiempo de la lluvia, cuando la luna habla con más claridad en las noches y su halo queda en el día. Una de esas noches, Monco pudo percibir de lejos los versos de Koltrun que esparcía al aire; desde la copa del árbol, la brisa traía los versos oscuros de un hombre lóbrego y solitario.

Tú eres mi ruda desventura,
mi sombrío anhelo,
mi melancolía

El disgusto con olor a carne
evoca tu presencia,
mi melancolía…

Una y otra vez se repitieron estos versos en la cabeza de Monco, lo inquietaban y lo conmovían.

Esta noche, la luna vuelve a hablar claro, la brisa acaricia su frente y el incierto lo atormenta. Monco vuelve a escuchar versos al viento.

Tu anhelo te acosa,
tu deseo se violenta,
tu futuro te flagela,
¿a dónde vas, alma mía?

La incertidumbre y la inseguridad agitan su mente. La melancolía y la desesperación se acercan a galope. Esta noche de halo es para Monco una oscura y fría prisión de la cual solo quiere escapar. Tan grande es su desesperanza que corre atravesando el bosque, y cruzando los pueblos entra a la gran ciudad de humo, barro y calamidad.

En el piso 42, con una tasa inmensa de té entre manos observaba las montañas, el río y su niebla incrustada en las grietas, entretanto la radio dejaba escuchar una canción que versaba…

Oh melancolía, 
mi novia en el silencio,
 cargada de recuerdos mil,

Oh melancolía, 
mi fantasía sigilosa, 
compañera del tiempo. 

Oh melancolía, 
mi cósmica amante en lo oscuro, 
cómo haré para olvidarte.

Pensó en lo hermoso de ser libre en la copa de algún árbol, en aquella montaña, ser algún animal quizás, pero ser libre de verdad.

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